martes, 3 de julio de 2012

Opciones

El otro día leía en internet el avance de un artículo sobre dos políticos homosexuales que debía publicarse en un dominical y donde los entrevistados explicarían «cómo se vive su opción sexual con un cargo público». Sorprendido, tuve que recurrir al diccionario para asegurarme de que la palabraopción no había cambiado de significado. Desconocemos aún muchas cosas sobre la homosexualidad masculina (más aún sobre la femenina), pero en las últimas décadas ya hemos descartado que sea un castigo, una enfermedad o algo que uno pueda escoger (que es precisamente lo que implica hablar de opciones). Estos avances parece que todavía no han llegado a integrarse de una forma fluida en nuestro vocabulario, quizá porque siguen predominando en la sociedad unas percepciones ancestrales arraigadas en la ignorancia, a veces bienintencionada, como imagino que es este caso, y a veces quizá no tanto. Esto seguramente se solucionaría si identificáramos de una vez los factores biológicos que determinan por qué sexo nos sentimos atraídos. Pero aún estamos muy lejos de conseguirlo.

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Desde el punto de vista evolutivo, la homosexualidad no tiene lógica. La selección natural, obsesionada en elegir todo lo que nos permite reproducirnos más y mejor, hace milenios que debería haberla eliminado. En cambio, siempre ha sido un hecho frecuente. Esto podría indicar que no tiene un origen genético sino ambiental, y, ciertamente, estudios realizados en gemelos idénticos apuntan hacia aquí. Pero otros han detectado patrones de heredabilidad, como una mayor frecuencia de una variante del ADN de la región q28 del cromosoma X. ¿Cómo puede ser que se haya transmitido de padres e hijos si históricamente los homosexuales no solían pasar sus genes a la siguiente generación? Lo explicaría, por ejemplo, que lo mismo que define la homosexualidad en los machos aumentase la fertilidad en las hembras. Efectivamente, se ha visto que los gais pertenecen a familias en las que las mujeres suelen tener más hijos.

Por otra parte, se cree que los niveles de hormonas que llegan al feto durante el embarazo definen cómo se modela el cerebro y, por lo tanto, nuestra identidad sexual. No se conoce del todo qué los determina. Podrían ser los genes de la madre o incluso el orden de nacimiento. Lo más probable es que la homosexualidad se explique por una combinación de factores y que haya orígenes diferentes. Lo único seguro es que la orientación sexual de los hombres queda fijada en etapas muy iniciales de la vida, no por el entorno social, y que ya no se puede cambiar. Es, pues, la consecuencia de una serie compleja de reacciones biológicas fuera de nuestro control.

Esta respuesta aún tiene demasiado agujeros. Nos haría falta invertir mucho más tiempo y dinero para poder llegar al fondo de la cuestión. Esto es poco probable que suceda, al ritmo que vamos: la cantidad de investigación realizada sobre este tema en los últimos años es escasa. ¿Los motivos? Algunos dicen que no hace ninguna falta, que es más útil invertir recursos en estudiar enfermedades o problemas que haya que solucionar. En países conservadores como Estados Unidos, además, hay una resistencia religiosa muy activa que suele complicar la vida a los científicos que piden dinero al Estado para este tipo de trabajos. Sin embargo, hay quien piensa que sería un paso más para entender cómo somos y normalizar una situación que aún hoy se marginaliza en todo el mundo. Se podría discutir la prioridad de los temas que hay que investigar en el laboratorio en las próximas décadas, pero siguiendo este argumento parecería lógico añadir en algún lugar de la lista el de la homosexualidad.

¿Qué pasaría si finalmente consiguiéramos catalogar sus causas? Entre otras cosas, probablemente podríamos definir marcadores que nos permitirían calcular la posibilidad de tener un hijo gay. Pensemos en las consecuencias. ¿Cuántas parejas decidirían abortar si les saliera el test positivo? En lugar de convertir la homosexualidad en un hecho tan explicable como tener los ojos azules, correríamos el riesgo de etiquetarla otra vez como un defecto, ahora fácilmente evitable. ¿Seríamos capaces de borrar la homosexualidad del planeta si tuviéramos esa opción? Recordemos que no hace mucho un político de la extrema derecha húngara usó unos tests de ADN, en principio pensados ​​para predecir el riesgo de enfermar, para «demostrar» la pureza de su raza, un concepto que científicamente no es posible ni tiene ningún sentido. Pervirtiendo una prueba biológica válida, este individuo logró hacer llegar el mensaje a sus fieles y, si lo dejasen, la usaría para justificar la discriminación y quién sabe si incluso el genocidio.

Debemos ir con cuidado. Es triste que las ganas de hacer avanzar el conocimiento y resolver enigmas biológicos den armas a los intolerantes, pero por desgracia es también inevitable. Quizá para ganarse el derecho a escoger, lo primero que debe hacer una especie es madurar.

El Periódico, Opinión, 30/6/12. Versió en català.

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