lunes, 14 de noviembre de 2016

El Paciente Cero y el problema de la imagen

Gaëtan Dugas era un auxiliar de vuelo canadiense que murió en 1984, víctima del sida. Durante mucho tiempo se le ha considerado el responsable de la introducción del VIH en América, tras haberse contagiado en un viaje a África, y de esparcirlo por los círculos homosexuales de Estados Unidos debido a su gran promiscuidad. Es el concepto del Paciente Cero, que ha servido para determinar el inicio exacto de una de las crisis sanitarias más importantes que ha sufrido América del Norte. La demonización de Dugas es principalmente mérito del periodista Randy Shilts, autor de 'And the Band Played On', uno de los primeros libros sobre el tema, que tuvo un impacto mediático considerable. A partir de su publicación, se popularizó la idea de que la culpa de la epidemia americana era de una sola persona y Dugas pasó a ser uno de los hombres más odiados del momento.

Esta acusación había sido posible gracias a un estudio científico, publicado el mismo año que moría Dugas, que lo ponía en el centro de los primeros grupos de homosexuales afectados. Pero, con el tiempo, análisis genéticos de mayor alcance han permitido descubrir que el VIH ya había cruzado el Atlántico mucho antes de que Dugas entrase en contacto con él (concretamente, a través de Haití, a finales de la década de los 60). La teoría de que un paciente había sido el origen de todo empezaba a resquebrajarse. Hace unos días, un artículo en 'Nature' le ha dado el golpe de gracia. Analizando muestras de sangre guardadas durante décadas, los investigadores han concluido que Dugas se infectó cuando el virus ya hacía tiempo que corría por el país, proveniente del Caribe, y que la puerta de entrada de la epidemia había sido Nueva York a principios los 70.

Una serie de casualidades habían sido clave en la transformación de Dugas en el malo de la película. Para empezar, no había sido más promiscuo que otros individuos, pero sí había conseguido recordar más nombres de sus parejas ocasionales, y eso había hecho que su red de conexiones se pudiera dibujar de una manera especialmente clara en el estudio inicial. Además, en ese artículo se le designó con una O porque era el único paciente estudiado fuera (outside) de Estados Unidos. Un error de lectura transformó la letra en un número (ambos se llaman igual en inglés) y esto dio accidentalmente una etiqueta fácil de recordar. El efecto secundario fue que el cero lo asociaba automáticamente con el inicio. Solo fue necesario que Shilts magnificase este impacto para crear un mito que ha durado 30 años. Era un concepto atractivo, una simplificación que ayudaba a entender una epidemia difícil de explicar al público, con un componente moral bastante espinoso, y por eso se acabó implantando con tanta facilidad.

Una conjunción de malas interpretaciones convirtieron a la víctima Gaëtan Dugas en verdugo
El injusto caso del Paciente Cero evidencia una consecuencia directa de cómo se organizan las sociedades modernas, que se ha agravado aún más a medida que desaparecían las fronteras culturales y surgía un tejido global común: la realidad es la imagen, no el contenido. Lo que llamamos real es, en la práctica, una construcción humana que interpreta una serie de hechos, y es esa representación la que verdaderamente tiene peso social, no los propios hechos. No importa que Dugas fuera realmente una víctima: una conjunción de malas interpretaciones de los datos lo convirtieron en el verdugo.

Lo dijo Plutarco hace casi dos mil años, y hoy en día su máxima es más vigente que nunca: a la mujer del césar no le basta con ser honesta, además debe parecerlo. Incluso podríamos añadir que, mientras lo parezca, ni siquiera es necesario que lo sea. Tiene lógica: la apariencia de cualquier hecho es la interfaz que nos permite asimilarlo, por eso tiene tanta relevancia. Para que algo pase a la historia no basta con que cree un impacto de cualquier tipo, sino que se ha de construir una imagen que facilite su interpretación. Un ejemplo podría ser que el éxito de cualquier creación artística está muy ligado a la biografía del artista responsable, hasta el punto de que eso distorsiona la calidad intrínseca de la pieza. También funciona cuando buscamos una cabeza de turco, como en el caso de Dugas.

A menudo, un individuo implicado puede contribuir de alguna manera a este proceso de traducción sesgada de la realidad. Otras veces, el trabajo lo hacen los demás, sin opción a réplica, como ocurrió con el Paciente Cero. Dugas ha tenido suerte de que alguien ha encontrado finalmente la verdad escondida, pero la historia debe estar llena de muchas otras personas que han terminado representando algo que no eran, y eso ocultará para siempre lo que realmente había detrás.

[Publicado en El Periódico, 5/11/16. Versió en català.]